¿Estás premiando a los peores?
¿Cuántas veces has estado en esta situación? Tienes dos empleados, ambos con el mismo cargo y la misma responsabilidad. El primero es un productor modelo, una persona sumamente enfocada en alcanzar sus objetivos. El segundo empleado tiene constantes altibajos, y aunque tiene momentos de alto desempeño, tiene otros en los que no trae más que problemas. Te encuentras, entonces, en un período de entregas urgentes, y el empleado no tan productivo no da los resultados necesarios ni de cerca.
¿Cuál sería tu estrategia para solucionar la entrega?
Este es uno de los escenarios más comunes en los ambientes laborales de hoy día, y ante esta problemática muchos jefes tienden a resolverlo solicitando el apoyo del primer trabajador, y sentándose a hablar con el menos eficiente, capacitándolo e intentando sacarlo del hoyo en el que se metió.
Pero, ¿qué sucede tras este tipo de decisiones?
El premio a la irresponsabilidad
Es normal poner más trabajo a los más productivos. De hecho, los más productivos pedirán más trabajo cuando se les acabe el que se les dio, sin importar si su colega no ha terminado la mitad del suyo. Esto está perfectamente bien, por supuesto, siempre que al productivo se le premie adecuadamente.
¡El problema es que demasiado a menudo se termina es premiando al menos productivo!
Pero antes de que creas que estamos locos, vamos a explicar un poco cómo se “premia” al personal de una empresa.
La mecánica de los premios
La mayoría de la gente considera un “premio” cosas como bonos salariales, regalos, viajes, y cosas por ese estilo con valor monetario. Sin embargo, aquí estaremos hablando de un concepto mucho más amplio de “premio”: Cualquier cosa deseable que se le entrega a alguien. Cualquier cosa que actúe como recompensa por algo es un premio.
Pero esto implica que no solo el dinero puede ser un premio. Y de hecho NO ES el premio más común, ni el premio más básico.
El premio más fundamental que le puedes entregarle a cualquier persona es tu atención.
No importa el tipo de atención, y no importa el entorno o el contexto. Darle atención a alguien es premiarlo. Y todos entendemos parte de esto intuitivamente, por más que muchos no lo hayamos interiorizado. Si tu hijo te puso contento con un dibujo que te hizo, tu premio para él será darle atención a él y a su dibujo, ponerte visiblemente contento, felicitarlo y darle las gracias.
La parte que no entendemos, sin embargo, es cuando esto funciona al revés. Si un hijo comienza a gritar y a revolcarse en el piso del supermercado, ¿qué hace la mayoría de la gente? Usualmente, gritarle o regañarlo de mil maneras. Esto es un premio.
Muchas cosas pueden llevar a esta situación, pero una muy común son padres tan ocupados con su trabajo y sus propias cosas que no le prestan atención a su hijo normalmente, sin importar si les hizo un dibujo, si aprendió a tocar el piano o si trajo buenas notas. Entonces, en un momento de angustia, el hijo hace una pataleta… Y de repente recibe, ahora sí, la atención de sus padres.
Y algo hace clic en la cabeza del niño… “Si quiero que mis papás me presten atención, ¡debo ser lo más molesto posible!”
Y luego, cada vez que una buena acción es ignorada, y una mala acción es regañada, esta manera de pensar se refuerza. Y los padres, que pensaban que por regalarle cinco consolas a sus hijos y mandarlos a clases de esgrima podrían ignorarlos y concentrarse en su trabajo, terminan con hijos malcriados, molestos e inaguantables.
Cómo castigamos a los mejores
Puede que te preguntes cómo esto tiene que ver en tu empresa, porque evidentemente “no contratas niños”. Pues bueno, aunque no hay muchos adultos que estén dispuestos a tirarse al piso de tu oficina a patalear, en nuestras mentes este mecanismo funciona exactamente de la misma manera, aunque somos un poco menos maleables.
Cuando un empleado con bajo rendimiento recibe constante ayuda, es enviado a capacitaciones para mejorar, e incluso cuando se le reprende, se siente premiado. Validado por lo que está haciendo.
Y cuando el empleado con alto rendimiento que está a su lado no recibe nada de esto, se siente, evidentemente, castigado. Tendemos a pensar que estas personas son geniales porque no necesitan de nuestra atención constante para trabajar muy bien… Y aunque esto es cierto, el hecho es que darles atención es premiarlos por su buen trabajo. Una felicitación pública cada semana a los mejores miembros de equipo, o un agradecimiento personal y honesto de tu parte, son cosas sencillas que no te cuestan más de uno o dos minutos, y que se sentirán muchísimo mejor que un aumento de salario (aunque si el aumento es merecido, no dudes en darlo también).
Y si quieres reprender a alguien, si quieres comunicarle que no apruebas de cómo ha estado haciendo su trabajo, ¡no le des tu atención! Puedes sentarte a hablar con él una vez si es necesario, pero no desperdicies tus días intentando ayudarle. Esto solo estará reforzando sus problemas de desempeño actuales… Y tu empresa, desafortunadamente, no es una fundación para volver productivas a las personas.
Así que ponle mucho cuidado a qué le pones tu atención. Porque eso a lo que se la pongas, se multiplicará frente a tus ojos y en toda tu vida, como por arte de magia.
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